Carta A Los Fieles 2024
Octubre 4, 2024
Mis hermanas y hermanos,
El 2 de octubre de 2024 comenzó en Roma la Segunda Sesión de la XVI Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos. En esta ocasión, obispos de todo el mundo y decenas de religiosos y laicos se reunieron para reflexionar sobre los frutos del camino sinodal iniciado en el 2021 con el tema «Por una Iglesia Sinodal: Comunión, Participación y Misión». Es un momento crucial para la vida de la Iglesia y quiero animar a cada uno de ustedes a acompañar con la mente, el corazón y la oración el trabajo de los participantes del Sínodo.
Pensar en la reunión en Roma me permite reflexionar sobre la participación de nuestra diócesis en el proceso sinodal. Más de 7000 personas participaron en las conversaciones sinodales que tuvieron lugar en la primavera del 2022 para responder a la invitación del Papa Francisco a todas las Iglesias locales a contribuir al Sínodo. Además, las oficinas y ministerios diocesanos, los representantes del presbiterio, los líderes catequéticos parroquiales y los miembros de los consejos pastorales parroquiales se reunieron a principios de año para reflexionar sobre el documento publicado por la asamblea sinodal de Roma en octubre. Los frutos de todos estos momentos de conversación y reflexión se transmitieron en la Conferencia Católica de Obispos en USA y se utilizaron para recopilar una serie de documentos nacionales.
Pero lo más importante es que participar en el Sínodo nos ha dado la oportunidad de observar las alegrías, los desafíos y las esperanzas que marcan la vida de nuestra diócesis. He aprendido mucho estudiando los frutos de todas las conversaciones sinodales y he tenido presentes las necesidades que identificaron en estos primeros meses de mi ministerio episcopal. Quiero que sepan que estoy increíblemente agradecido con todas las personas que participaron en el Sínodo en nuestra diócesis y con todos los que lo hicieron posible. En particular, quiero expresar mi especial gratitud al Obispo Peter Jugis; su apoyo para hacer posible una participación tan sólida en el Sínodo me ha dejado un regalo increíble. La participación de ustedes en el Sínodo me ha permitido tener una idea clara de las necesidades de nuestra diócesis. Las esperanzas que expresaron están en mi corazón y en mi mente, y rezo por la gracia de ser un pastor que guía a su rebaño caminando con él y escuchándolo.
En los próximos meses, tendré la oportunidad de reflexionar más sobre los temas que surgieron en las conversaciones sinodales cuando los visite en toda la diócesis. Además, tengo la intención de discernir formas de tomar medidas concretas (algunas ya iniciadas) para implementar las sugerencias que surjan del Sínodo a nivel diocesano y global. Finalmente, también espero seguir el trabajo de la próxima asamblea sinodal en Roma y estudiar el documento que publicará y cualquier documento que el Papa Francisco pueda promulgar después.
Me doy cuenta de que para muchos de ustedes la noción de sinodalidad puede sonar desconocida y abstracta. También sé que algunos miran el Sínodo con sospecha e inquietud y les preocupa que de alguna manera pueda llevar a la Iglesia por un camino errado. A estos últimos, quiero decirles: ¡no tengan miedo! No escuchen a los falsos profetas del desastre que critican constantemente y siembran semillas de duda sobre algunas cosas que dice y hace el Papa Francisco. El Santo Padre ha aclarado en muchas ocasiones que el objetivo del Sínodo no es cambiar lo que enseña la Iglesia, sino discernir cómo la Iglesia puede encarnarlo de manera más eficaz en la época actual. ¡Ése es su trabajo! Desde el inicio de su pontificado, el Papa Francisco nos ha dicho que su principal deseo es permitir a todos experimentar la alegría y la plenitud que hace posible el encuentro con Cristo. No quiere una Iglesia que cambie sus enseñanzas, sino una Iglesia que se llene de discípulos misioneros que puedan llevar la buena noticia del Evangelio a todos. El Sínodo es un momento en el que toda la Iglesia se reúne para mirar las circunstancias actuales y discernir cómo el Espíritu Santo nos está llamando a ser testigos creíbles del Señor Resucitado. Si el Sínodo sugiere caminos de conversión y reforma, será para permitirnos entrar más plenamente en la verdad del Evangelio y no para alejarnos de ella o diluirla.
Además, la sinodalidad nos ayuda a darnos cuenta de la diferencia entre ser creyente y ser discípulo. Jesús nos llama a todos a ser esto último y la sinodalidad nos ayuda a darnos cuenta de que esto no se puede hacer en el silo de «mi camino espiritual». Más bien, el discipulado es un acto comunitario y requiere primero la voluntad de escuchar el llamado y escuchar a aquellos con quienes hemos sido llamados. Como nos recuerda tan poderosamente la Oración por la Paz de San Francisco, es mejor comprender que ser comprendido: ese es el corazón de este proceso que el Papa Francisco está defendiendo.
La sinodalidad es una palabra novedosa que describe y sugiere maneras de encarnar algo que está en el corazón de la fe cristiana, es decir, la noción de comunión. Poco antes de su Pasión, Jesús oró para que sus seguidores fueran «uno, como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado» (Juan 17,21). También insistió en que el mandamiento más grande es «amar al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con todo tu ser, con todas tus fuerzas y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo» (Lucas 10,26). Por estas razones, el apóstol Juan escribe que «este es el mensaje que han escuchado desde el principio: que nos amemos unos a otros» (1 Juan 4,11). El amor – la comunión con Dios y con los demás – es el centro de la vida cristiana: «Queridos, amémonos unos a otros, porque el amor es de Dios; todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. Quien no ama no conoce a Dios, porque Dios es amor» (1 Juan 4,7). De hecho, el Catecismo nos enseña que la Eucaristía, fuente y culmen de la vida cristiana, es signo y causa de la comunión en la vida divina y de la unidad del Pueblo de Dios que permiten que la Iglesia exista (cf. CIC, n. 1325). La sinodalidad es una manera de vivir concretamente la comunión con Dios y con los demás a la que estamos llamados.
En particular, la sinodalidad nos ayuda a vivir la comunión eclesial de dos maneras. En primer lugar, nos anima a vivir la vida diaria de la Iglesia de maneras que enfaticen el caminar juntos, el apoyarnos unos a otros y el aprender unos de otros. La sinodalidad nos impulsa a dejar que nuestra vida se inspire en la historia de los discípulos en el camino de Emaús. El Señor se hizo presente caminando con ellos, abriendo la Palabra y partiendo el Pan. Así, nosotros debemos vivir nuestra vida en la Iglesia de la misma manera.
En segundo lugar, la sinodalidad sugiere una manera de tomar decisiones en la Iglesia que implica un escuchar recíproco, diálogo y discernimiento inspirados en las descripciones de la primera comunidad cristiana en los Hechos de los Apóstoles. La sinodalidad se basa en la convicción de que todos los bautizados están llamados a participar plenamente en la vida y misión de la Iglesia. Así, la sinodalidad es una manera de organizar la vida de nuestras comunidades para que cada persona pueda contribuir a ellas según su responsabilidad, carisma y habilidades. En este contexto, a quienes ejercen la autoridad se les pide que lo hagan de manera relacional y colaborativa para reconocer y resaltar los dones particulares que el Señor ha dado a los fieles por el bien de toda la Iglesia.
Permítanme aclarar que, como lo han explicado el Papa Francisco y el Sínodo, la sinodalidad no es un fin en sí mismo. Es un estilo y un método que permite a la Iglesia anunciar el Evangelio a los hombres y mujeres contemporáneos. La sinodalidad existe por el bien de la misión, para que todos los bautizados puedan convertirse en «alegres mensajeros de propuestas superadoras, custodios del bien y la belleza que resplandecen en una vida fiel al Evangelio» (Evangelii Gaudium, n. 168). Jesús no nos ha hecho parte de la Iglesia para solo estar en la Iglesia. En cambio, estamos reunidos por el Señor, moldeados por su Palabra y alimentados por su Cuerpo Eucarístico para ir y anunciar el Evangelio a todas las naciones y llevar su amor a todas las personas, especialmente a los pobres y marginados. Creyente o Discípulo, ¿cuál serás tú?
Es mi más sincero deseo que todos respondamos con generosidad y entusiasmo a la invitación del Papa Francisco a renovar nuestro encuentro personal con Cristo, dejar que Él nos sane de nuestras heridas y pecados, y seguir su mandamiento de remar mar adentro para hacer brillar su luz en nuestro mundo. Estoy entusiasmado por escuchar a dónde nos llevará el Espíritu Santo a todos como Iglesia universal, así como a la Diócesis de Charlotte. Que María, Madre de la Iglesia, nos dé la capacidad de seguir su ejemplo, su «Sí», y escuchar sus palabras: «¡Hagan lo que Él les diga!».
Paz,
Reverendísimo Michael T. Martin, OFM Conv.
Obispo de Charlotte